El otro día me apuntaba en las notas del móvil «Querer escribir, documentarse para escribir y el acto en sí de escribir son al mismo tiempo algo diferente y exactamente la misma cosa». Por un lado, quería fliparme, porque al final también están para eso las notas que son solo para uno mismo – salvo cuando necesitas una manera de empezar un post en tu blog. Pero, por otro lado, es una realidad, porque define mi día a día, en cierta manera.
Os prometo que no paro de escribir. Si miráis a mi blog o a mi escasa participación en Tramas últimamente pensaréis que deliro. Pero no es lo mismo escribir que el acto público de escribir. Por ejemplo, en un día cualquiera de entre semana, no sé cuánto escribo en mi curro, pero es mucho. Pueden ser documentos internos, presentaciones de diapositivas, guiones, pitches, newsletters, artículos para portales web… Estos últimos pueden tener una audiencia de algunos cientos si pilla un día con suerte. ¿El resto? Son escritos para más o menos una decena de personas, según qué proyecto sea. Algunos son para tres. Los hay que apenas sí son para mí, pero cumplen un objetivo tan fugaz que su audiencia puede acabar siendo casi cero.
¿Fuera de eso? Llego a casa y escribo más. Hay proyectos que no puedo comentar, pero que suponen que meriendo y acto seguido, venga, otra vez a teclear. Busca, documenta, comprueba, verifica, escribe, certifica, hazlo, entrega. También tuiteo, cuente para lo que cuente eso. Y está este blog, claro. Un bendito oasis que actualizar cuando me da la gana y que es el hogar perfecto para textos como este que estáis leyendo.
Finalmente, tengo mi diario. En 2022 tomé la costumbre de escribir en un tomo a mano. No lo hago todos los días, pero todos los días que escribo anoto al menos una cosa buena que me haya pasado. Es sanador, os lo garantizo. Ahora mismo estoy a punto de acabar un segundo cuaderno y ya tengo listo el tercero para empezarlo cuando toque. Son idénticos salvo en color, por el momento me gusta así. Escribo en mi diario para una audiencia de uno, de dos si me desdoblo entre quién soy antes y quién soy después de volcar la tinta de mi pluma sobre las hojas. Es, seguramente, el conjunto de palabras más poderoso que sale de mí en cada ocasión. Desde unas pocas líneas hasta múltiples páginas, mi relato de un día supone una descarga de energía que no alcanza ninguno de mis otros textos. Y así debe ser.
Escribo cada día, escribo mucho cada día. Escribo sin escribir mientras pienso en lo que escribo, lo que escribiría y lo que no voy a escribir. Escribo públicamente y escribo, sobre todo, de forma cerrada. Adoro escribir. Y aunque no sé por qué escribo este post, ahí queda. Algo público, un grito al universo. Que no lo veas no significa que no exista. Pero escribirlo es crearlo, y eso es poder.
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