No tengo PlayStation 5, tampoco tuve PlayStation 4 y ya hace un tiempecito de la PlayStation 3. Así que las dos últimas generaciones de consolas las he vivido a través de Twitch, viendo streams de los juegos que me interesan. Es así como he vivido los nuevos God of War, descubierto sagas como Persona o Like A Dragon y descubierto el peso real de mitos como Final Fantasy VII. A través de primero Remake y después Rebirth me he acercado a un juego que ya he intentado pasarme dos veces, pero con el que no conectaba. Y ahora voy a intentarlo por tercera (¿o era cuarta?) vez.
Rebirth es un juego mastodóntico, una odisea con unos niveles de calidad que no esperaba. Una historia llena de personajes con los que encariñarte y vivir el día a día, enamorándote de sus dinámicas y riéndote con el grupo. Una aventura inmensa, en la que se nota cada paso, cada golpe, cada nuevo territorio que visitas. Todo tiene peso y aporta a una meta-narrativa exquisita que es totalmente mi clase de mierda. Rebirth es la clase de juego que, si me hubiera pillado de adolescente, me hubiera cambiado la vida tal y como hicieron Metal Gear Solid y Ace Attorney. E igual me ha afectado más de lo que ya le concedo, pues lo metería directo en mi top 5 o top 6 de juegos favoritos.
Todo esto sirve para decir que Rebirth ha sido mi pozo del mes pasado, pero que además me ha llevado a comprar el juego original para Nintendo Switch. Me he hecho con la versión física y me lo pienso pasar aprovechando los añadidos extra y usando una guía. Quiero vivir el clásico al completo y lanzarme al resto de su universo expandido, viendo Advent Children y jugando también Crisis Core. Así, la próxima vez que diga «Final Fantasy VII Remake y Rebirth son el Final Fantasy VII bueno» lo podré decir con más conocimiento de causa – aunque seguramente no con menos certeza.
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